Hace un par de años que estrené la segunda sesión de cuentos de La materia de Selas titulada La Cándida y el molino viejo. Una de las historias de este espectáculo de narración habla de un molinero que adultera la harina con huesos viejos, texto que creé específicamente para este espectáculo tras informarme con bastante detalle (mira si no me crees). Sin embargo cuál no ha sido mi sorpresa al encontrarme con estos párrafos que os copio en un libro que estoy leyendo estos días y que voy a reseñar enseguida en el blog, se trata de En casa. Una breve historia de la vida privada, escrito por Bill Bryson y publicado por RBA. En este libro se habla de la sospecha, durante siglos, de que la harina era adulterada con, entre otras cosas, huesos viejos (en forma de ceniza o directamente molidos).
Aquí va el texto:
"El pan era un blanco especialmente popular. En su novela La expedición de Humphry Clinker (1771), Smollett caracterizaba el pan londinense como una mezcla venenosa de "tiza, alumbre y cenizas de hueso, insípido al gusto y destructivo para el organismo", cosas que eran de lo más normal por aquel entonces, y que seguramente llevaban ya un buen tiempo siéndolo, tal y como evidencia la frase del cuento Juan y las habichuelas mágicas: "Le aplastaré los huesos para hacerme el pan". La primera acusación formal de adulteración generalizada del pan la encontramos en un libro titulado Poison Detected: Or Frightful, escrito anónimamente en 1757 por Mi amigo, un médico, que revelaba "con autoridad muy creíble que "los panaderos utilizan con frecuencia sacos de huesos viejos" y que "los osarios de los muertos sufren saqueos para incorporar porquería al alimento de los vivos". Casi contemporáneo es otro libro, The Nature o Bread, Honestly and Dishonestly Made, del doctor Joseph Manning, que informaba de que era común entre los panaderos incorporar alubias, tiza, albayalde, cal muerta y cenizas de hueso a todas las barras de pan que cocían.
Estas aseveraciones se presentan de forma rutinaria como hechos incluso ahora, por mucho que Frederick A. Bilby, en su clásico Food Adulteration, demostrara de manera bastante concluyente hace unos setenta años que tales alegaciones no podían ser ciertas. Filby dio el paso de cocer él mismo las barras de pan incorporando los adulterantes en la forma y las proporciones apuntadas. En todos los casos, excepto en uno, el pan resultante era duro como el cemento o su masa no crecía, y prácticamente todas las barras obtenidas tenían un olor o un sabor repugnantes. Varias de ellas necesitaron más tiempo de cocción que las barras de pan convencionales, encareciendo en consecuencia su producción. Ninguna de las barras de pan adulteradas era comestible." (pp. 100-101)
Lo interesante, desde mi punto de vista, es que haya coincidido lo que yo inventé (o creí inventar) con un imaginario profundo y antiguo (estas cosas siempre me emocionan). Y lo segundo interesante del texto es ese matiz del autor: "En todos los casos excepto en uno", ¿acaso los huesos?
Saludos
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