Acabo de terminar de releer Diógenes, texto escrito por Pablo Albo que fue merecedor del prestigioso premio Lazarillo de creación literaria en 2008. El libro se publicó en Kalandraka con unas fantásticas ilustraciones de Pablo Auladell. Si leéis últimamente este blog ya sabréis que Pablo Albo tiene ficha entre mis autores favoritos.
Recuerdo cuando conocí la noticia de que Pablo había ganado el Lazarillo, un premio prestigiosísimo que muy pocos narradores orales han conseguido hasta hoy (Carles Cano, por ejemplo; o, precisamente este último año Margarita del Mazo en la modalidad de álbum ilustrado con un libro a cuatro manos con la ilustradora Ángela Carrasco), como decía recuerdo el día que me enteré de la noticia ¡pasé unos cuantos días feliz como si lo hubiera ganado yo mismo! Pablo es amigo pero también es uno de los narradores orales más relevantes en el panorama actual, y premios como éste dan visibilidad a nuestro pequeño oficio.
Después de conocer la noticia del premio hubo que esperar unos cuantos largos meses hasta que pudimos leer el libro (tan bellamente ilustrado por Pablo Auladell y editado por Kalandraka), y la felicidad fue doble. Porque Pablo no sólo había recibido un premio, sino que también había escrito un libro extraordinario.
Diógenes nos cuenta la historia (las historias) de una familia que no deja de acumular, guardar, conservar, atesorar... cosas, todas las cosas. Desde campanas a árboles, desde arena a cartas de amor, desde gusanos de seda a charcos. Todo puede ser coleccionado, contado y guardado para estos protagonistas. Obviamente el título nos remite al conocido síndrome de Diógenes que es exactamente eso: acumular cosas (muchas veces inútiles).
El libro está escrito con un estilo muy pulcro, muy limpio, lo que permite un ritmo alegre en la lectura. Y sucede que además de esta pulcritud el texto está cargado de poesía, de imágenes y frases llenas de hondura y sabor (una suma siempre difícil que da medida del magisterio del escritor: texto pulcro y poético).
Y si a esto le sumamos que todo el libro está armado con pequeños textos que son como teselas que van dando la imagen completa de un mosaico, pues la lectura se promete feliz. Estas teselas, además, funcionan como partes de una maquinaria perfecta, completamente encajada y engrasada, que palpita con la lectura y crece con cada relectura.
En estos días he releído Diógenes tres veces, y, si como he afirmado en otras ocasiones, soportar relecturas es una buena pista para valorar la calidad de un texto, Diógenes no solo soporta relecturas sino que crece con cada una.
Un libro hermosísimo y feliz. Una lectura gozosa y llena de guiños, detalles, silencios, hondura. Unas ilustraciones perfectas para este texto. Una suma de cosas buenas, se mire por donde se mire. Un libro completamente recomendable.
Saludos
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