Después me fui a comer a Yamal Al Sham, un restaurante en el que he probado un humus del tipo "madredelamorhermoso", para chuparse los dedos. (Por cierto, echo de menos un vinito en las comidas, o una cervecita cuando aprieta el calor, ains).
Tras la comida me perdí por la medina: esta ciudad es para perderse, exactamente para eso, para dejarse llevar y sumergirse en su laberinto hermoso y caótico.
En el paseo pude escuchar al almuecín llamar a la oración (y me asomé a la mezquita que abría sus puertas, podéis ver una discreta foto); pude embriagarme por sus olores (nuevos, intensos, sutiles... y también algunos desagradables); y, sobre todo, pude caminar por sus callejas, demorarme en sus puestos, mirar a viejos sentados, a niños jugando descalzos al fútbol, a hombres meando contra las venerables tapias de la muralla, a mujeres conversando y riendo, a parejas de enamorados, a vendedores incansables, a puestos abigarrados e incapaces de albergar un centímetro de vacío, a hombres solitarios tomando té...
El paseo terminó en la Torre Hassan, hermana de la Giralda de Sevilla, los restos de un intento en el siglo XII de hacer la mezquita más grande del mundo. Un lugar hermoso, fatigado, tranquilo, y de sorprendente ligereza. El punto final para un día maravilloso.
Y una última imagen de la Torre Hassan al atardecer. Qué lugar tan hermoso.
Saludos
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