Hace unos días que terminé de leer Ordesa, el libro de Manuel Vilas que ha publicado Alfaguara y que está considerado como uno de los títulos más importantes del pasado año en España.
Desde el primer momento, desde las primeras páginas, el lector es consciente de que está enredándose en una lectura poderosa y atípica, una especie de memorias en las que pasado y presente se trenzan para ir armando el tejido narrativo. Esta urdimbre se va articulando mediante una voz particularísima de un narrador en primera persona, trasunto del propio autor, que se cuenta (desde lo que sabe y desde lo que no sabe) y que, de alguna manera, también nos cuenta a nosotros. A saltos entre los recuerdos, los silencios, las inquietudes del presente... y la historia personal y familiar van sumándose páginas y momentos gozosos de lectura. Y mientras esto sucede se despliega ante nosotros este país (décadas 60, 70 y 80, sobre todo, aunque la historia llega hasta el propio 2015), un país lleno de pequeñas historias como Ordesa y que se nos muestra desde la atinada mirada de este, insisto, particular narrador.
Hay varias cosas que me han sorprendido de este libro pero hay una que, especialmente, me ha hecho levantar la vista de sus páginas en varias ocasiones: es el contraste entre lo que se va contando (en ocasiones tan duro, tan bañado de tristeza y melancolía, tan plagado de ausencias) y la sensación que va uno teniendo mientras lee: un intenso amor por los seres queridos. Sí, es extraño, pero esta ha sido en no pocas ocasiones una lectura triste que me provocaba emociones alegres y que alentaba las ganas de vivir y de abrazar a los míos. Qué contraste tan sorprendente. Qué hallazgo.
Podéis encontrar reseñas muy completas de este libro en los suplementos culturales más importantes de nuestro país (en Babelia, en El Cultura, en ABC...).
Una lectura que he disfrutado mucho y que os recomiendo.
Saludos
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