jueves, 13 de enero de 2011

Copias, plagios y otras diversiones

Estaba nadando esta mañana en la piscina cuando un hombre de la calle de al lado me ha parado para darme las gracias de parte de su hijo. Le he mirado extrañado y me ha contado. Sucede que su hijo tenía que escribir un cuento estas navidades (deberes, deberes incluso en vacaciones, deberes) y no se le ocurría nada y al leer el cuento de El Decano (todas las semanas, desde hace 17 años, publico un cuento en una revista local de Guadalajara), le gustó mucho y decidió copiarlo con algunos cambios.
No es la primera vez que me ha pasado algo así, hace años (¡nueve ya, madre mía!), Pili, de mi pueblo, me paró por la calle para contarme un caso parecido. En esta ocasión se trataba de una reescritura de un cuento mío, una versión de un cuento que le había gustado mucho a su hija.
El cuento se titulaba El veranillo del membrillo, y aquí puedes leer las dos versiones, la mía y la de la niña.
Hay un famoso adagio que afirma que lo que no es tradición, es plagio. No sé si será cierto del todo, lo que sí es cierto es que cuando uno empieza a escribir la tentación del plagio es grande. Recuerdo haber escrito a una novieta, en plena adolescencia, un poema que empezaba con un verso parecido a este: "Podría escribir la canción más triste esta noche". Casualmente por aquella época estaba todo el día pegado a Neruda, creo que resulta obvio.
Dentro de este capítulo de la creación hay otros tipos de vinculaciones textuales, están las relaciones entre textoso intertextualidades (textos que llaman a textos) y los homenajes.
Textos que llaman a textos: En realidad los libros están llenos de evocaciones de evocaciones a otros libros, tampoco es nada raro. Supongo que sucede porque los escritores suelen ser, además, grandes lectores. Te dejo aquí unas cuantas intertextualidades curiosas.
Sobre homenajes. Son más bien bromas o recreaciones, al menos yo me las planteo siempre así. Aquí te dejo unos cuantos que he escrito de autores que me gustan muchos:

Instrucciones para antes de hacerse una tostada

[ojalá fuera al modo de Cortázar…]

Bañe a los niños. Séquelos. Póngales el pijama. Deles la cena. Llévelos a la cama. Cuénteles un cuento a cada uno. Cante una nana. Apague la luz de su dormitorio. Vuelva a la cocina a recoger los restos de la cena. Friegue los cacharros. Barra. Vaya al salón a seguir leyendo la última novela. Cuando se haya quedado adormilado en dos o tres ocasiones, mecido por esos renglones que parecen querer salirse del libro, deje la novela sobre la mesita y vaya a la cama. Lávese los dientes, póngase el pijama, métase en la cama. Si usted y su pareja lo consideran oportuno hagan el amor antes o después de apagar la luz. Díganse cuánto se quieren. Duérmanse mirando a la luna a través de los cristales.

Levántese con el primer grito del despertador. Siéntese en la cama mientras su consciencia vuelve del mundo de los sueños. Bostece. Vaya directo al baño y dúchese. Póngase una muda limpia y diríjase a la cocina. Caliente la leche. Haga el café.

Ahora es el momento de hacer la tostada.


Los laberintos del espejo

[maldito Borges…]

El hombre se mira en el espejo y en las líneas que el tiempo ha trazado en su cara puede ver el laberinto de su vida: los días de la espada, las marcas de los tigres azules, una esquina rosada, unos versos siempre inacabados, caminos que se bifurcan y un banco en Ginebra frente al río en el que un viejo y un joven hablan temerosos.

El hombre estira la mano y toca el frío cristal del espejo. Solo entonces recuerda que es ciego.


Te odio

[no va por ti, R. Carver, pero casi]

En una pequeña habitación, en Port Angeles, Washington, un hombre tumbado en la cama mira por la ventana. Tose y mancha un pequeño pañuelo con otro coágulo de sangre. Parece querer sacarse los pulmones a golpe de tos.

Pero todavía no debe ser el momento porque el médico no ha entrado con una botella de champán francés y tres copas como tres rosas amarillas. Su mujer tampoco está para brindar. Vuelve a toser. Siente que la vida se le seca en ese pañuelo de estrellas rojas y se aferra a que aún no es su hora.

De pronto se abre la puerta del cuarto y entra el médico. Lleva la botella de champán y las tres copas. Detrás entra su mujer con los ojos enrojecidos.

Tose. Vuelve a toser. Y entre los golpes de tos parece decir: te odio.



Y ya el colmo del delirio:


Soñé que era Chuan Tzu que soñaba ser una mariposa, cuando desperté comprobé horrorizado que era un escarabajo que alguna vez quiso ser Kafka y que estaba a punto de ser aplastado por un dinosaurio que, a pesar de Monterroso, seguía allí.


En fin.

Saludos

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