Instrucciones para antes de hacerse una tostada
[ojalá fuera al modo de Cortázar…]
Bañe a los niños. Séquelos. Póngales el pijama. Deles la cena. Llévelos a la cama. Cuénteles un cuento a cada uno. Cante una nana. Apague la luz de su dormitorio. Vuelva a la cocina a recoger los restos de la cena. Friegue los cacharros. Barra. Vaya al salón a seguir leyendo la última novela. Cuando se haya quedado adormilado en dos o tres ocasiones, mecido por esos renglones que parecen querer salirse del libro, deje la novela sobre la mesita y vaya a la cama. Lávese los dientes, póngase el pijama, métase en la cama. Si usted y su pareja lo consideran oportuno hagan el amor antes o después de apagar la luz. Díganse cuánto se quieren. Duérmanse mirando a la luna a través de los cristales.
Levántese con el primer grito del despertador. Siéntese en la cama mientras su consciencia vuelve del mundo de los sueños. Bostece. Vaya directo al baño y dúchese. Póngase una muda limpia y diríjase a la cocina. Caliente la leche. Haga el café.
Ahora es el momento de hacer la tostada.
Los laberintos del espejo
[maldito Borges…]
El hombre se mira en el espejo y en las líneas que el tiempo ha trazado en su cara puede ver el laberinto de su vida: los días de la espada, las marcas de los tigres azules, una esquina rosada, unos versos siempre inacabados, caminos que se bifurcan y un banco en Ginebra frente al río en el que un viejo y un joven hablan temerosos.
El hombre estira la mano y toca el frío cristal del espejo. Solo entonces recuerda que es ciego.
Te odio
[no va por ti, R. Carver, pero casi]
En una pequeña habitación, en Port Angeles, Washington, un hombre tumbado en la cama mira por la ventana. Tose y mancha un pequeño pañuelo con otro coágulo de sangre. Parece querer sacarse los pulmones a golpe de tos.
Pero todavía no debe ser el momento porque el médico no ha entrado con una botella de champán francés y tres copas como tres rosas amarillas. Su mujer tampoco está para brindar. Vuelve a toser. Siente que la vida se le seca en ese pañuelo de estrellas rojas y se aferra a que aún no es su hora.
De pronto se abre la puerta del cuarto y entra el médico. Lleva la botella de champán y las tres copas. Detrás entra su mujer con los ojos enrojecidos.
Tose. Vuelve a toser. Y entre los golpes de tos parece decir: te odio.
Y ya el colmo del delirio:
Soñé que era Chuan Tzu que soñaba ser una mariposa, cuando desperté comprobé horrorizado que era un escarabajo que alguna vez quiso ser Kafka y que estaba a punto de ser aplastado por un dinosaurio que, a pesar de Monterroso, seguía allí.
En fin.
Saludos
No hay comentarios:
Publicar un comentario