lunes, 19 de marzo de 2018

Del repertorio global

En el curso de repertorio de narración oral que imparto desde hace unos años (y de manera puntual) hay un concepto del que hablo brevemente, el repertorio global, que ha interesado mucho en estos días a Nicole y Andrés y por ello me han pedido que escriba sobre ello en el blog. Allá vamos.

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Durante algunos años Pablo Albo escribió artículos de reflexión sobre narración oral en la revista Ñaque; quizás este espacio continuado en el que hablar y pensar sobre la narración oral fuera uno de los ámbitos pioneros de la reflexión para nuestro oficio en este país.
En uno de aquellos artículos Pablo hablaba sobre lo costoso que resulta dar con buenos cuentos para contar. Y hablaba también de los "ladrones de cuentos", gente que se apropiaba de textos de otros para nutrir su propio repertorio. Lean, lean "¿Cómo llegan los cuentos a los narradores?".
Recuerdo haber hablado con Pablo en varias ocasiones sobre esta plaga de los "ladrones de cuentos", ambos teníamos algunas experiencias bastante fastidiosas con ese tema y no entendíamos cómo la gente que estaba cobrando por contar cuentos no comprendía que en realidad no cobramos por la hora en la que pasamos contando, sino que cobramos por el tiempo (días, meses, años...) en los que andamos buscando buenos cuentos para contar. Por lo tanto copiar el repertorio de un compañero no sólo es ganarse el pan con el trabajo de otro, sino que, al mismo tiempo, es quitarle el pan a él, pues se quema el repertorio del otro.
En verdad podría contar muchos momentos tristes relacionados con este asunto, pero baste uno para ejemplificarlo. A finales de los noventa yo estrené una función para adultos para la que había pasado seis meses escribiendo unos textos propios. Al cabo de esos seis meses estrené la función en Guadalajara, en el Festival del Maratón. Unas semanas después fui a contar a Logroño y cuando empecé a contar me dijeron que esos cuentos ya los habían escuchado una semana antes: alguien había copiado todo mi repertorio (elaborado para más inri con cuentos propios) y lo había contado en ese mismo espacio una semana antes. Mis meses de trabajo tirados a la basura por unos "ladrones de cuentos". Tuve que cambiar sobre la marcha por completo la función que tenía prevista contar.

Ahora, muchos años después, sigo hablando sobre esta cuestión. Creo que los narradores y las narradoras profesionales tenemos una responsabilidad que no tienen otros tipos de narradores (instrumentales, circunstanciales y populares), por varias razones, pero fundamentalmente porque nosotros hemos hecho de contar nuestro oficio, y si estamos en un espacio en el que se va a cobrar por contar cuentos entonces hemos de actuar como profesionales (porque entre otras cosas en eso consiste ser profesional: en cobrar por tu trabajo y, por lo tanto, en cotizar por ello) y hemos de asumir un código deontológico que tiene, entre sus principios, el de no aprovecharnos del trabajo de los demás. Porque quienes nos dedicamos a contar cuentos de manera profesional ocupamos mucho, mucho tiempo, en la búsqueda de un buen repertorio para contar, y en lograr estos buenos materiales va mucho del éxito de nuestro trabajo.
En el curso de repertorio resumo esta cuestión de una manera muy sencilla: para un profesional la fuente nunca ha de ser otro profesional. Sea cual sea el tipo de cuentos que escuchemos a otros compañeros (textos de autor, tradicionales o textos propios). Hay muchos cuentos esperando a ser encontrados para (volver a) ser contados, hay historias de todo tipo, variantes muy diversas, propuestas muy sugerentes... dar con ellas forma parte del trabajo de quienes hemos hecho de contar nuestro oficio.

Pero hay una cuestión más que aparece al hilo de todo esto, una cuestión que nos lleva de nuevo a 2005 y a aquellas conversaciones con Pablo Albo, porque fue en aquel tiempo cuando escuché por primera vez una idea deslumbrante: el repertorio global.
Pablo se lamentaba no sólo por el mal que los "ladrones de cuentos" hacían a sus propios compañeros y compañeras, sino también por el daño que eso hacía al repertorio global. Es decir, existe un repertorio personal, el que cada narrador y narradora tiene en su mochila, pero también existe un repertorio global, que no es otra cosa que la suma de todos los cuentos que estamos contando en este tiempo entre todos y todas. Cuando los "ladrones de cuentos" copian y se apropian del repertorio de los demás entonces ese repertorio global se achica, se empequeñece, porque todos cuentan los mismos cuentos. Y eso tiene consecuencias, muchas, y entre ellas una fundamental: el público queda hastiado de escuchar una y otra vez los mismos cuentos (y además, en muchas ocasiones, contados de la misma manera) y deja de acudir a los espacios donde se programan cuentos (todavía recordamos en Guadalajara aquellos años en los que venían cuentistas de Madrid con el cuento del "Amor y la Locura" o con el cuento del "Pollito al que le cagaba la vaca", cada vez que empezaban a contarlo había como un retemblor entre el público... ay) y, consecuentemente, esos espacios de programación, caen.

¿Y cuál es el papel de los profesionales en este asunto del repertorio global? Desde mi punto de vista los profesionales tenemos, entre otras responsabilidades, la de alimentar ese repertorio global, la de nutrirlo con nuevos cuentos, con nuevas historias, y también la de preservar los viejos cuentos para que puedan adaptarse a los nuevos tiempos y puedan seguir siendo contados (y por lo tanto puedan seguir existiendo en el repertorio global). Y esto sólo se puede hacer desde la propia búsqueda, desde el trabajo solitario de lectura, escucha, preparación, probatura, adaptación... para ir incorporando cuentos al repertorio propio. Y es que el repertorio global no es otra cosa que la suma de los repertorios propios de cada uno de nosotros y nosotras. Así pues cuantos más cuentos incorpore yo a mi repertorio, más irá creciendo el repertorio global.
Esta idea del repertorio global para mí resulta determinante, aquí os dejo un par de ejemplos. Si encuentro libros que tienen muchos cuentos extraordinarios para ser contados (y de los que yo apenas podré contar uno o dos) entonces trato de darlos a conocer para que haya otros compañeros y compañeras que puedan buscar cuentos para contar en esas colecciones (como me pasó, por ejemplo, recientemente con los cuentos albaneses recomendados en este blog aquí y aquí); o por ejemplo si tengo en mi repertorio un cuento (al que he llegado yo por mi propio camino) y escucho a otro cuentista contar ese mismo cuento (al que ha llegado por su propio camino) y pienso que su propuesta narrativa es mejor que la mía, entonces yo dejo de contarlo.
Ojo, es muy interesante ese detalle de "llegar a un cuento por el camino propio": ¡se nota tanto cuando a un cuento llega uno por su propio trabajo!, lo escuchas contado por dos cuentistas y son dos cuentos muy distintos. Es decir, si escucháis "El medio pollito" contado por Estrella Ortiz o contado por Inés Bengoa, os aseguro que disfrutaréis de dos versiones muy distintas, pues cada narradora llegó a ese texto por su camino y lo hizo suyo, adaptándolo a su propia voz, desde el trabajo propio y personal.

Y no os quepa duda, compañeros, compañeras, cuanto mayor, más variado y más rico en voces diversas sea el repertorio global, mejor será para todo el colectivo: habrá más público con ganas de escuchar cuentos (y será público con un criterio mayor), se consolidarán espacios para la narración y habrá más demanda de profesionales que sumen su propio repertorio y su voz propia. Es decir, habrá más trabajo y mejores condiciones de trabajo para todos y todas.
Saludos

4 comentarios:

  1. El concepto de repertorio global es muy enriquecedor y novedoso. La cabeza me hace chispitas al pensar en las ramificaciones que se abren con ese concepto.
    ¡Qué necesario y bien escrito!

    Nicole y Andrés no van a ser las únicas personas beneficiadas de este mentorado. :)

    Gracias.

    Néstor Bolaños Paz

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  2. Pep, déjeme que le felicite por estas reflexiones tan enjundiosas, propias de alguien que, como usted, no para de sacar punta a los vericuetos teóricos de un oficio, ¡hay!, tan inestable.

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