Acabo de terminar de leer Momo, de Michael Ende, en Alfaguara. La traducción del libro que he manejado es de Susana Constate y las ilustraciones del interior son del propio autor.
Es difícil, por no decir imposible, adentrarse de manera inocente en una obra tan conocida y difundida: películas, teatro, libros versionados y adaptados... pero merece la pena el esfuerzo y tratar de leer como si fuera la primera vez este libro, dejándose sorprender por sus personajes y su trama.Para una persona como yo que vive de contar cuentos y que defiende a capa y espada el poder de la palabra (honesta) y la escucha (también honesta) este libro es un regalo y está plagado de ideas, sugerencias y reflexiones muy interesantes (que tal vez merecería la pena desgranar con calma en otro artículo más extenso) cercanas al cálido tiempo de los cuentos contados, ese momento que sabe a pan recién hecho en el que se cuentan cuentos, se mira a los ojos y se viaja de la mano de la imaginación compartida.
La escucha paciente y demorada frente a la prisa y el tiempo extenuado se nos presenta en este libro como algo verdaderamente revolucionario e intensamente emocionante. No es baladí que el eje de toda la acción (feliz) sea un viejo anfiteatro, arruinado, y entre cuyas piedras ruedan los ecos de historias milenarias.
Por otro lado es muy interesante señalar, para los amantes de los cuentos contados, alguna idea que, sin ahondar mucho, ya aparece en las primeras páginas de este libro:
"Lo que la pequeña Momo sabía hacer como nadie era escuchar. Eso no es nada especial, dirá, quizás, algún lector; cualquiera sabe escuchar.
Pues eso es un error. Muy pocas personas saben escuchar de verdad. Y la manera en que sabía escuchar Momo era única (...) [ella] simplemente estaba allí y escuchaba con toda su atención y toda simpatía. Mientras tanto miraba al otro con sus grandes ojos negros y el otro en cuestión notaba de inmediato cómo se le ocurrían pensamientos que nunca hubiera creído que estaban en él." (p. 20)
Esto es algo que sabemos muy bien quienes contamos: el público tira de las historias y las hace crecer dentro de ti. El público que sabe escuchar y se implica en el hecho narrativo puede conseguir que contemos una gran historia, insólita, de las que causan el propio asombro.
Por si hay alguna duda en este sentido os presento a Gigi, un narrador de cuentos protagonista también del libro:
"El contar historias era, como ya sabemos, su pasión. Y precisamente en esete punto se había operado un cambio en él. Antes, sus hitorias habían resultado, de vez en cuando, un tanto pobres, no se le ocurría nada interesante, repetía algunas cosas o recurría a alguna pelícual que había visto o alguna noticia que había leído Por decirlo así, sus historias habían ido a pie, pero desde que conocía a Momo, le habían crecido alas.
Especialmente cuando Momo estaba con él y le escuchaba, su fantasía florecía como un prado en primavera. Niños y mayores se apiñaban a su alrededor. Ahora era capaz de contar historias que se estiraban en muchoas capítulos a lo largo de días y semanas, y nunca se le agotaban las ocurrencias. El mismo, por cierto, se escuchaba con la máxima atención, porque no tenía la más mínima idea de a dónde le conducía su fantasía." (p. 45)
Ahí es nada. Y estas son solo cuestiones que aparecen en las primeras páginas. Imaginad la lectura gozosa y llena de nuevos significados para mí ahora, tantos años después de mi primer paseo por el país de Momo.
Un libro completamente recomendable al que, como sucede con todos los clásicos, hay que volver de vez en cuando.
Saludos
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