miércoles, 28 de septiembre de 2011

Morir es fácil

La línea entre la vida y la muerte es delicada, frágil, pequeña. Morir es fácil, apenas unos minutos sin respirar, un golpe en el pecho, una maniobra tonta con el coche, un mal tropiezo, un descuido... y la frontera entre estar vivo y estar muerto se cruza, como quien dice, sin sentir.
Y aunque no quería hoy hablar de la muerte física, orgánica, de la muerte de los cuerpos que nos sostienen, uno no deja de pensar que morir es fácil. Incluso cuando se trata de la muerte metafórica: también ahí (en la metáfora) la muerte resulta fácil.
Vean si no este ejemplo, un oficio como el mío, contar cuentos, un oficio antiguo acaso como el ser humano, que en el S. XX estaba casi desaparecido pero que gracias a la perseverancia, sobre todo, de bibliotecarios y maestros (y por tanto de bibliotecas y escuelas), y al empeño de cafés particulares, teatros osados, instituciones culturales interesadas, público entusiasta... ha ido resurgiendo.
El camino ha sido muy largo desde aquellas primeras charlas (en los años treinta del pasado siglo) que  Elena Fortún impartía a las bibliotecarias de Madrid explicando cómo contar cuentos y sugiriendo la posibilidad de un nuevo oficio, el de narrador de cuentos; pasando por La hora del cuento que durante años (mediados de los cincuenta hasta los setenta del pasado siglo) mantuvo a duras penas la llama de la palabra dicha en algunas, muy pocas, bibliotecas, y a cargo de narradoras como Montserrat del Amo; o llegando al movimiento de renovación pedagógica de los años sesenta y setenta que revolucionó las aulas y permitió la entrada de los cuentos por la puerta grande de la escuela (cómo no hablar aquí de Ana Pelegrín o Federico Martín).
El camino ha sido largo hasta que en la década de los ochenta aparecieron un puñado de personas, apenas quince o veinte, que hicieron de contar su oficio: se formaron, crearon su repertorio, desarrollaron técnicas y voces propias, etc. Más tarde, en los noventa, fue el bum de la narración: talleres, festivales, maratones de cuentos, circuitos estables, bibliotecas... llegando a haber a finales de los noventa posiblemente más de cien narradores en España que vivían de contar cuentos.
Y llegamos al siglo XXI, un siglo cuyos primeros años fueron de afirmación, de consolidación del oficio. Contar cuentos es ya, hoy, por fin, un oficio conocido y reconocido, hay profesionales, hay gente que ocupa mucho de  su tiempo en preparar nuevos textos, en escribir, en organizar repertorios...
Pero ha llegado la crisis.
Y la crisis está mordiendo allí donde este oficio se sostiene: la biblioteca y la escuela. Porque es verdad que hay otros espacios para contar (cafés, teatros, casas de la cultura, etc.), pero también es verdad que los pilares básicos son estos dos, la biblioteca y la escuela, son los que han reavivado la narración oral y los que han permitido que la profesión renazca.
El pasado año muchas bibliotecas, muchas, dejaron de programar espectáculos de narración oral; muchos circuitos rebajaron cachés o, directamente, dejaron de funcionar; muchas ayudas para programar y contratar narradores desaparecieron. Valga como ejemplo de todo ello la privatización de la gestión de las bibliotecas municipales de Madrid, donde el caché que ofrecen en la actualidad es exactamente UN TERCIO DE LO QUE COBRÉ LA PRIMERA VEZ QUE TRABAJÉ, HACE AHORA 18 AÑOS. No conozco a nadie que cobre un tercio de lo que cobraba en 1993 (año en el que, por cierto, también estábamos en crisis).
Y el colectivo de narradores, pequeño, disperso, no hizo apenas nada: ni una manifestación, ni un triste comunicado.
Este año en muchas Comunidades los recortes están afectando a las escuelas públicas, a la educación pública. En las escuelas hay ahora muchas cosas en las que pensar antes que en llamar a un cuentista para que venga a contar cuentos: más horas lectivas, mayor ratio, menos profesores, menos tiempo para preparar proyectos, menos presupuestos... la educación pública está siendo atacada, desbaratada, está en el punto de mira.
Y el colectivo de narradores, pequeño, disperso, no está haciendo apenas nada: ni una manifestación, ni un triste comunicado.
Es verdad que algunos narradores han hecho algo a título personal, parece también que algunas asociaciones quieren hacer algo de forma colectiva. Pero mientras unos quieren y otros se organizan y unos cuantos miran... el tiempo pasa y quién sabe si cuando por fin reaccionemos estaremos al otro lado de esa línea delicada, frágil, pequeña, que separa la vida de la muerte.
Porque también para este oficio nuestro morir es fácil.
Que no le quepa duda a nadie.


5 comentarios:

  1. Me parece que está muy bien el artículo y la crítica hacia nosotros mismos. De todas maneras la mayor perseverancia para el resurgimiento, difusión y desarrollo de la narración oral viene dada por los mismos narradores (sin entrar en polémicas sobre si unos hacen esto o lo otro y de qué manera. Son los narradores los que crean, proponen, y sobre todo, arriesgan haciendo de su afición oficio, con todas las inmensas dificultades económicas, entre otras, que acarrea. No es posible ningún circuito, ninguna programación sin que haya personas dispuestas a llegar a tal o cual sitio, en condiciones adversas muchas muchas veces, para llevar el cuento dicho a viva voz, la propuesta narrativa propia. Con esto no quiero quitar valor al trabajo de bibliotecas y otros lugares, sino, una vez más, recordar que sin narradores, los que de verdad arriesgan en este oficio, no existe la narración oral.

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  2. Pep, esta vez no estoy en sintonia contigo. Tal como yo lo veo, morir por lo general es difícil, lento, doloroso y con altibajos. Así lo he vivido yo en mi familia, y en mi propio cuerpo.

    Yo llegué a la narración saliendo de una ruina... la ruina de las agencias de viajes con la llegada de internet, pero no era la ruina de los viajes... nadie dejo de viajar y empresas que supieron adaptarse prosperaron. Yo perdí mi esfuerzo de 7 años, mi casa y quedé endeudada de por vida (el hazme reír de Rastani)... pues creo que ahora pasa igual. La narración oral no va a morir, aunque a los narradores orales nos vaya mal. Y organizarse lleva su tiempo, máxime cuando tod@s andamos ocupados en ganarnos el pan... no es como a los profesores (la mayor parte de mis amigos son profes) y organizarse les lleva tiempo, pero el sueldo (poco o mucho) lo tienen garantizado, y eso te da alas. Yo me uniré a cualquier acción, manifiesto o lo que se decida. Al tiempo que estoy evaluando otras formas de ganarme la vida. Pero que voy a contar cuentos, con o sin dinero de por medio, eso es algo seguro. Tan seguro como que antes de cobrar por contar, llevaba 30 años contando cuentos. En enero de 2012 cumplo 10 años como narradora cobrante, y lo voy a celebrar contando cuentos en Universidad, por que no todos los caminos están cortados.

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  3. Joxemari, completamente de acuerdo con tu matiz que yo no he puesto por obvio, claro.
    Ipe, no creo que el cuento contado desaparezca nunca (y con ello la narración oral), yo estoy hablando de un oficio, de gente que cobra por contar, un oficio que ha resurgido después de muchos esfuerzos, muchas voluntades, muchos empeños, y que ahora creo que peligra y que debemos hacer algo como colectivo. Mi ánimo es despertar las conciencias, al menso eso.
    Y tienes razón en que hay muertes que no son fáciles. Ojalá ningún tipo de muerte: fácil o difícil, nos aceche como profesión.
    Besos a los dos

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  4. Creo que lo importante de lo que cuentas, Pep, no es si cambiamos de espacios para contar (la vida es cambio, o dicho como una vez me lo dijeron: en la vida, lo único permanente es el cambio). Ni tampoco creo que hables de la extinción del acto de contar. Creo que lo importante de tu texto es que lleva implícito una llamada. Hagamos algo, protestemos, defendamos no sólo nuestros derechos sino los derechos de aquéllos que nos han ayudado a crecer. Defender las Bibliotecas Públicas y la Educación Pública me parece importante. No sólo por lo que atañe a nuestro trabajo. Defendiendo su existencia y su calidad defendemos derechos duramente adquiridos y apostamos por un modelo de sociedad. Es posible que haya muertes que no sean fáciles. Pero también las hay fáciles. Si aceptamos sin protestar recorte tras recorte, cuando nos queramos dar cuenta será muy difícil salir del callejón sin salida donde nos habrán metido. Puede que morir no sea fácil, pero la vida es frágil. Como casi todo lo que importa.
    Magda

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  5. Es exactamente eso, Magda. Gracias.
    Un beso

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