Era un carbonero que iba a vender carbón para Valencia. Y le dijo a la mujer, dice:
─Prepárame la alforja con diligencia,
con cebada, pan y vino
y otras muchas cosuelas,
porque dentro de Valencia
está muy caro el comercio
y cuesta mucha moneda.
─Bien, te haré lo que me ordenas.
Y también a su amante le dio cuenta,
que se iba muy de mañana
y, por tanto, que esté alerta.
Entonces, pos claro, él se fue por la mañana... y el amante, que era el cirujano, el barbero de allí del pueblo, ¿no?, pues fue. Cuando se le olvidó las alforjas. Entonces va y dice:
─¡Anda!
Se vuelve y la llama. Dice:
─Mira, levántate, querida, que me he dejao las alforjas en ese poyo que está mirando a la chimenea.
Dice:
─Pos no tiene usté que entrar, que yo te las sacaré allí fuera.
Bueno, pues pensó darle las alforjas, y le dio los calzones. No pensaría mucho. Con que ya va a almorzar, y se encuentra que son los calzones del cirujano:
─Los calzones son testigos
de que tú eres mi ramera,
y que, cuando yo me voy,
el barbero me la pega.
Pero bueno, siguió... y, cuando ella se levanta, lo primero que se encuentra son con las alforjas. Y empieza a llorar, y el dotor la dice, dice:
─¿Qué te pasa, que tanto te lamentas?
Dice:
─Que, cuando vino mi marido
a por las alforjas,
pensé darle las alforjas,
y tus calzones se lleva.
Dice:
─¿Cómo estaba tu cabeza?
─De alforjas a calzones,
muy bien sé diferenciar...
─Bien sí que la tienes tú,
mejor así no te conociera,
no te vería yo ahora
tan oprimida y suspensa,
tan llena de confisiones
y cargada de pena.
─Échate la puerta afuera
y, si no tienes calzones,
búsquelos donde quisiera.
Furiosa la carbonera.
Bueno, pues se tuvo que marchar. Y más que no había llevao capa, y tuvo que salir desnudo...
Entonces, todos los chicos
que le veían ...
a la suela le apedrearon
pensando que loco era.
Cuando llegó a su casa
la mujer, figurándose lo que era
no precisó tijeras para cortarle el pelo.
Pa curarle las heridas
le estiró muy bien las greñas,
pensó que, para esquilarle,
no eran menester tijeras
y le arrancó la melena.
Luego va una vieja por lumbre y dice:
─¿Qué te pasa que tanto te lamentas?
Dice:
─¡Ay!, si aunque a usté yo se lo diga
no me aliviará mi pena.
Dice:
─Pos no sabes tú mu bien
los consejos de las viejas.
Haz cuenta que te confiesas,
comunícame tu pena.
Dice:
─¡Ay!, es que, cuando se fue
mi marido a Valencia
me dijo que le preparara
la merienda
y tal y ─dice─ al barbero no le di cuenta.
─Amiga, la más amiga,
no pensé que tanto era.
Para eso hará menester
una consulta de viejas.
Bueno, se juntaron seis o siete viejas, las que había. Y, después de dar muchas vueltas, pensaron que lo mejor era hacer unos calzones como los del cirujano y ponérselos alguna. Tiene mucho misterio. Entonces, cuando el marido viene, coge los calzones y la va a pegar a la mujer:
─¡Anda! Los calzones son testigos
de que tú eres mi ramera,
y que, cuando yo me voy,
el barbero me la pega.
Entra, y está la vieja hilando arremangá con los calzones. Dice:
─Hombre, señora vieja, ¿cómo es que gasta calzones?
Dice:
─¡Toma! También tu mujer los lleva,
y también el cirujano
destos mismos los lleva.
En un día los hicimos,
juntos de la misma tela.
Entonces, claro, pues dice:
─San Zenón y San Aón,
habrán traído a esta vieja,
porque no permitiría
de que en mi casa estuviera.
Tenga usté, señora vieja,
la mitá de la moneda
que he sacado del carbón,
y perdone la pobreza.
Así que, de esa manera, engañaron al marido, haciéndole ver que los calzones que se había llevao eran los de su mujer.
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