domingo, 25 de septiembre de 2011

La señora Emilia y la mujer del carbonero

Ayer nos fuimos con unos amigos hasta lo alto del Pico Ocejón (2048 mts.), toda una aventura para mis hijos. Después de las horas de subida y bajada pasamos por Majaelrayo donde nos habían invitado (a través del féisbuc) a tomar una cervecita para reposar la excursión (gracias María-José, gracias Álvaro), y desde allí nos fuimos a ver a la señora Emilia. Aquí quería yo llegar.
La señora Emilia vive en un pequeño pueblo del valle, es la abuela de uno de los niños que venían ayer en la excursión y es, además, una de las informantes que nos estuvo contando cuentos para el libro La mujer del pez. Cuentos tradicionales de la provincia de Guadalajara.
Hacía tiempo que no veía a la señora Emilia y nos recibió tan hospitalaria, amable y alegre como siempre. Nos ofreció unas rosquillas (que sigue haciendo para cualquier visita inesperada a sus 85 años) y estuvimos hablando de otras ocasiones en las que nos habíamos visto.
Da gusto hablar con ella, y sobre todo da gusto escucharla contar historias de vida de su infancia y juventud, tiene una sabiduría enorme, de esa sabiduría popular que se ha recibido de boca de los mayores y que se ha acrecentado con la vida.
Me dijo que se había acordado mucho de la última vez en la que fui a grabar sus cuentos porque se había olvidado de un cuento que contaba mucho, y nos lo contó (otro regalo para un día maravilloso), el cuento de un muchacho que había perdido la bolsa de dinero para ir a pagar al médico y resulta que unos cazadores se la habían encontrado... pero otro día os cuento esta historia.
Luego le hablé de uno de los cuentos que nos contó para el libro de cuentos de Guadalajara, se titulaba "Los calzones del amante", un cuento que me tuvo ocupado mucho tiempo porque no conseguía dar con él en ninguna de las antologías de cuentos que tengo en casa (que, como os imagináis, son unas cuantas), ni dar con su ATU (¿no sabes lo qué es el ATU? mira aquí y aquí) ni con algún cuento similar. Finalmente, y después de un par de años con esa cuestión en mente, acabé por dar con él, se trata de un romance de ciego, un romance popular escrito por un ciego de esos que iban por los pueblos recitando y vendiendo sus escritos de cordel. El romance apareció en una antología maravillosa de Julio Caro Baroja, Romances de Ciego, en ed. Taurus, col. Temas de hoy, concretamente en las páginas 386-392, con el título de "Los calzones y las alforjas". Este romance ya lo sabía de memoria un tío de la madre de la sra. Emilia, su madre lo aprendió de él y la sra. Emilia lo aprendió de ella. Os dejo aquí la versión que recogimos de la sra. Emilia y que aparece en el libro, que la disfrutéis.

Era un carbonero que iba a vender carbón para Valencia. Y le dijo a la mujer, dice:

Prepárame la alforja con diligencia,

con cebada, pan y vino

y otras muchas cosuelas,

porque dentro de Valencia

está muy caro el comercio

y cuesta mucha moneda.

Bien, te haré lo que me ordenas.

Y también a su amante le dio cuenta,

que se iba muy de mañana

y, por tanto, que esté alerta.

Entonces, pos claro, él se fue por la mañana... y el amante, que era el cirujano, el barbero de allí del pueblo, ¿no?, pues fue. Cuando se le olvidó las alforjas. Entonces va y dice:

¡Anda!

Se vuelve y la llama. Dice:

Mira, levántate, querida, que me he dejao las alforjas en ese poyo que está mirando a la chimenea.

Dice:

Pos no tiene usté que entrar, que yo te las sacaré allí fuera.

Bueno, pues pensó darle las alforjas, y le dio los calzones. No pensaría mucho. Con que ya va a almorzar, y se encuentra que son los calzones del cirujano:

Los calzones son testigos

de que tú eres mi ramera,

y que, cuando yo me voy,

el barbero me la pega.

Pero bueno, siguió... y, cuando ella se levanta, lo primero que se encuentra son con las alforjas. Y empieza a llorar, y el dotor la dice, dice:

¿Qué te pasa, que tanto te lamentas?

Dice:

Que, cuando vino mi marido

a por las alforjas,

pensé darle las alforjas,

y tus calzones se lleva.

Dice:

¿Cómo estaba tu cabeza?

De alforjas a calzones,

muy bien sé diferenciar...

Bien sí que la tienes tú,

mejor así no te conociera,

no te vería yo ahora

tan oprimida y suspensa,

tan llena de confisiones

y cargada de pena.

Échate la puerta afuera

y, si no tienes calzones,

búsquelos donde quisiera.

Furiosa la carbonera.

Bueno, pues se tuvo que marchar. Y más que no había llevao capa, y tuvo que salir desnudo...

Entonces, todos los chicos

que le veían ...

a la suela le apedrearon

pensando que loco era.

Cuando llegó a su casa

la mujer, figurándose lo que era

no precisó tijeras para cortarle el pelo.

Pa curarle las heridas

le estiró muy bien las greñas,

pensó que, para esquilarle,

no eran menester tijeras

y le arrancó la melena.

Luego va una vieja por lumbre y dice:

¿Qué te pasa que tanto te lamentas?

Dice:

¡Ay!, si aunque a usté yo se lo diga

no me aliviará mi pena.

Dice:

Pos no sabes tú mu bien

los consejos de las viejas.

Haz cuenta que te confiesas,

comunícame tu pena.

Dice:

¡Ay!, es que, cuando se fue

mi marido a Valencia

me dijo que le preparara

la merienda

y tal y dice al barbero no le di cuenta.

Amiga, la más amiga,

no pensé que tanto era.

Para eso hará menester

una consulta de viejas.

Bueno, se juntaron seis o siete viejas, las que había. Y, después de dar muchas vueltas, pensaron que lo mejor era hacer unos calzones como los del cirujano y ponérselos alguna. Tiene mucho misterio. Entonces, cuando el marido viene, coge los calzones y la va a pegar a la mujer:

¡Anda! Los calzones son testigos

de que tú eres mi ramera,

y que, cuando yo me voy,

el barbero me la pega.

Entra, y está la vieja hilando arremangá con los calzones. Dice:

Hombre, señora vieja, ¿cómo es que gasta calzones?

Dice:

¡Toma! También tu mujer los lleva,

y también el cirujano

destos mismos los lleva.

En un día los hicimos,

juntos de la misma tela.

Entonces, claro, pues dice:

San Zenón y San Aón,

habrán traído a esta vieja,

porque no permitiría

de que en mi casa estuviera.

Tenga usté, señora vieja,

la mitá de la moneda

que he sacado del carbón,

y perdone la pobreza.

Así que, de esa manera, engañaron al marido, haciéndole ver que los calzones que se había llevao eran los de su mujer.

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