Acabo de terminar de leer Sarinagara, un libro escrito por Philippe Forest, traducido por Güido Sender Montes y publicado por Sajalín Editories. Este libro es uno más del paquete de Libros de resistencia que me envió Mariona desde Tamarite de Litera.
La novela nos cuenta el viaje del autor/narrador/protagonista desde París hasta Kobe (en Japón) para, de alguna manera, conjurar el dolor producido por la muerte de su hija. En este viaje también se narran las vidas de tres artistas japoneses: Kobayashi Issa, Natsume Soseki y Yosuke Yamahata (poeta, novelista y fotógrafo).
El libro no me ha gustado demasiado. Me explico. La arquitectura de la novela no me resulta atractiva, de hecho me parece un libro que tiene en realidad cuatro libritos: las partes del narrador (París, Kyoto, Tokio y Koba) y las tres vidas de artistas japoneses; esto en sí no debería ser un problema pero resulta que el engranaje, la suma de las cuatro historias, me parece forzada y no termina de funcionar de manera unitaria.
Por otro lado el narrador me ha resultado pesado, bastante grandilocuente, como si quisiera escribir a cada paso una frase lapidaria. Para mi gusto tiene demasiada presencia y detiene continuamente la narración de la(s) historia(s), demorando el ritmo, aburriendo a ratos la lectura. Es verdad que el libro es un viaje (exterior e interior) hacia el centro del dolor, viaje que invita al narrador a reflexionar continuamente sobre temas trascendentes, pero también es verdad que hay muchas formas de hacer esto (reflexionar, novelar, contar) y la manera como lo hace este escritor/narrador/protagonista tiene para mí bastantes ratos de cartón piedra, palabras hueras de alguien que no siente lo que dice, más propias de quien enseña lo que se debe sentir en esa situación: es decir, parece más un maestro dando una clase sobre el dolor que un doliente contando su experiencia. Quizás esto sea debido a que el narrador busca distanciarse de lo sucedido para contarlo sin terminar de mostrar su corazón, de acuerdo, en su derecho está, pero esta cuestión convierte los cimientos de la novela en lodo y toda la arquitectura que sustenta, se desmorona. Al menos desde mi punto de vista.
Dicho todo esto aún me pregunto por qué razón he llegado hasta la última página, tengo una respuesta: las tres vidas de artistas japoneses insertas en la novela me han interesado, no cómo están contadas, no cómo están engarzadas, pero sí los avatares que sumaron los días de estos artistas japoneses.
Podéis ver otra crítica más positiva de esta novela aquí.
Saludos
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