Son días difíciles y apenas hay campañas escolares, por eso que en Majadahonda hayan decidido continuar con esta propuesta (aunque llegue a menos alumnos) es estupendo. Y este día comencé con la campaña que me hará volver al municipio unos cuantos días más para seguir contando a los mayores de primaria.
El viernes fui a contar a Las Matas, una de las tres bibliotecas de Las Rozas, uno de los municipios en los que más años llevo contando cuentos. Como si jugara en casa.
Y esta semana... pues comenzó el domingo con el viaje a Gran Canaria y los desplazamientos por toda la isla dentro de el programa Días de cuentos que terminará el viernes 18 con el XII Maratón de los Cuentos de Las Palmas de Gran Canaria.
Si no conoces Gran Canaria merece la pena que te acerques por aquí, hay algunos lugares hermosísimos. Si no me crees puedes ver estas fotografía tomada en Los Pinos de Gáldar (la lengua de piedra volcánica, los pinos, el viejo cráter de un volcán, la retama amarilla...) en mi viaje a Artenara para contar cuentos en la escuela. Eso pasó el lunes 14 de mayo. Me encanta esa escuelita a la que ya he ido al menos en tres ocasiones.
El martes fui a La Aldea de San Nicolás, uno de los lugares de más difícil acceso de toda la isla, por una carretera endiablada llena de curvas que bordea acantilados de más de 400 metros de altura y trepa serpenteando por riscos inauditos. A veces las nubes se paran en la carretera para seguir su andadura y la cosa se pone más difícil de pasar. Otras veces son las piedras las que pueden caer desde lo alto en algunos tramos. Y otras, los conductores que van por esa carretera a menudo pasan despreocupados adelantando o invadiendo parte del estrecho carril o yendo a velocidades que tú no soñarías posibles en esa carretera. Si a todo esto le sumas la conversación del taxista contándote quién se mató y cómo en cada curva o cruz del trayecto... la cosa pasa a ser una experiencia inolvidable.
Es la tercera vez que voy a La Aldea y recuerdo bien las tres ocasiones. Eso sí, el viaje merece la pena. Allí la gente es muy amable, la compañía fue estupenda y las sesiones de cuentos, maravillosas (dura la de la mañana, gozosa la de la tarde. Y las dos maravillosas). El pescado en casa Miguel estaba de órdago y las vistas, un gusto (al mar, a las montañas). Por la tarde, cuando ya volvíamos a Las Palmas, las nubes empezaban a saltar los riscos más altos y poco a poco bajaban por las laderas negras. Una imagen bellísima.
Hoy miércoles fui a contar por la mañana a Santa Brígida, a un instituto en el que se trabaja bastante la oralidad y pasé casi una hora y media con los alumnos de tercero de ESO, contando y charlando sobre este extraño oficio de contar.
Y esta tarde iré a Vecindario... pero eso ya será parte de otra crónica ;-))
Saludos
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