Bueno, pues ayer ocurrió que en el instituto en el que conté estaban celebrando una Jornada Cultural y estaba todo el centro (un megainstituto con más de mil alumnos) con un bulle-bulle continuo de actividades, propuestas, talleres... bastante loco. Como os podéis imaginar no fueron las mejores condiciones para contar, de hecho al mismo tiempo que estaban programados los cuentos había 30 talleres para los chavales, así pues ni vinieron los ciento y pico alumnos previstos ni tampoco el momento y el espacio fueron especialmente adecuados, por ejemplo, la puerta del salón de actos se abrió y se cerró unas cuantas veces mientras contaba para que la gente que venía de otras actividades pasara a escuchar los cuentos, o por ejemplo (bis), en el patio junto al salón de actos había chavales charlando y riendo –ay, y cómo se oía dentro–... Y todo eso a pesar de que hubo unas cuantas profesoras que ayudaron para mitigar estos inconvenientes (gracias, gracias).
No, no era el mejor momento para contar, desde luego. Pero esto no fue un impedimento, al contrario, sirvió como laboratorio de pruebas para ver qué músculo tiene esta función, cómo se desenvuelve en situaciones adversas.
Y el resultado fue estupendo, no sólo enganchó a los más de cuarenta chavales que asistieron, no sólo estos obviaron las dificultades (del lugar, del momento), sino que estos se implicaron activamente en los momentos en los que los cuentos precisaban de su participación (ya fuera con las preguntas matemáticas, ya fuera con las preguntas de otra índole que esta función incluye). El espectáculo se mantuvo firme, los cuentos se fueron desgranando amparados por el marco narrativo, las historias se sostenían unas con otras bajo el cobijo de la atenta escucha del público. En suma, la palabra dicha fluyó con alegría y fue capaz se sortear las dificultades para llegar hasta quienes estaban escuchando.
Qué alegría. Qué buena noticia.
No, no era el mejor momento para contar, desde luego. Pero esto no fue un impedimento, al contrario, sirvió como laboratorio de pruebas para ver qué músculo tiene esta función, cómo se desenvuelve en situaciones adversas.
Y el resultado fue estupendo, no sólo enganchó a los más de cuarenta chavales que asistieron, no sólo estos obviaron las dificultades (del lugar, del momento), sino que estos se implicaron activamente en los momentos en los que los cuentos precisaban de su participación (ya fuera con las preguntas matemáticas, ya fuera con las preguntas de otra índole que esta función incluye). El espectáculo se mantuvo firme, los cuentos se fueron desgranando amparados por el marco narrativo, las historias se sostenían unas con otras bajo el cobijo de la atenta escucha del público. En suma, la palabra dicha fluyó con alegría y fue capaz se sortear las dificultades para llegar hasta quienes estaban escuchando.
Qué alegría. Qué buena noticia.
Saludos
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