Estas fueron, más o menos, las palabras que dije en Las Palmas de Gran Canaria cuando recibí el premio.
En esta portada ustedes pueden leer mi nombre, lo cual me acredita como autor de este cuento. Pero yo no veo que el asunto se pueda resolver tan fácilmente, porque detrás de un nombre hay mucha gente que te apuntala, te aúpa, te da la mano, te guía. Creo que son muchos los culpables de que este cuento esté hoy aquí.
Para empezar todos los hombres y mujeres que escribieron para que yo pudiera leer y disfrutar leyendo durante mi infancia y juventud (la lista sería enorme y no quiero abusar de su paciencia).
También son culpables los maestros que me enseñaron y me animaron en este oficio mío de contar cuentos, de amar a los cuentos, personas como Montserrat del Amo, Antonio Rodríguez Almodóvar, Blanca Calvo, Estrella Ortiz, la gente del SLIJ de Guadalajara...
Pero hay más. La provincia de Guadalajara y esta isla de Gran Canaria tienen algo de culpa, pues en su seno se mima a los cuentos, se les riega y se les poda, se les alimenta y se les ama, en estos lugares los cuentos son frondosos y están vivos. No es de extrañar que en tierras como estas haya bibliotecas notables, como la Insular del Cabildo de Gran Canaria, con Nieves Pérez a la cabeza de un estupendo equipo de profesionales; o como la BPE de Guadalajara.
Tiene sin lugar a dudas gran parte de culpa Lucie Müllerová, empeñada en que escribiera un cuento de animales para ella (a pesar de que yo quería escribir uno de piratas), y empeñada en presentarse a concursos (a pesar de que yo no suelo presentarme: son tan líricos, tan seriosos, tan elevados los cuentos que ganan en los concursos que no van con mi estilo desenfadado que pretende humor -cosa seria el humor, eh).
Algo de culpa también le toca a Alberto Sebastián, por escribir su maravilloso El Capitán Calabrote, en Kalandraka, desde entonces estoy yo con esta perra por los cuentos de piratas.
Ya que estamos repartiendo culpas, diré que Ana Griot tiene una poca también, pues una tarde de febrero en la que habíamos quedado se retrasó y en ese tiempo pude tomar yo algunas notas de una idea que se me había ocurrido conduciendo mientras iba a buscarla, unas notas sobre un loro en una granja.
Otros culpables (y no poco) de que este cuento esté hoy aquí son mis hijos Juan y Miguel, pues a ellos les conté el cuento para ver si les interesaba o no, para ver si merecía la pena. No conozco mayores expertos en literatura infantil que ellos dos.
También tiene culpa Marisa Núñez, mi editora (OQO), pues con su quita-quita y tacha-tacha me ha ido enseñando a escribir para álbumes, a escribir visualizando imágenes, a pulir textos. Es maestra en lo suyo, desde luego.
Otra vez le cae culpa a Lucie, en esta ocasión por empeñarse en hacer unas ilustraciones tan maravillosas: es normal que así un cuento parezca grande.
También tiene culpa el Cabildo, por promover este concurso, y el jurado de la cuarta edición, por decidir que esta obra merecía llevarse el primer premio.
Culpa, y no poca, tiene la gente de Edelvives, Pilar Careaga a la cabeza y, muy especialmente, Llanos de la Torre, profesional como la copa de un pino, por hacer que este cuento fuera libro, hermoso libro, bello libro, apetitoso libro.
Y sobre todos estos culpables, destacan siete últimos y muy notables: mi padre, mi madre y mi hermano, por estar siempre a mi lado incluso en las más descabelladas empresas y sueños; mi mujer y mis dos hijos, por compartir los días buenos y, sobre todo, los malos. Y tú, lector, lectora, que sigues empeñado en leer cuentos que escribo. Sí, tú también tienes algo de culpa en todo esto.
Muchas gracias a todos. Siempre. Gracias
Enhorabuena por el premio.
ResponderEliminarAsumo mi culpa por la parte que me toca como lectora...
Saludos.