miércoles, 16 de junio de 2010

El país de los cuentacuentos

Hace años que Paloma (gracias mil) me regaló este libro de Darío Fo, El país de los cuentacuentos, en Seix Barral. Y, obviamente, hace años que lo leí.
En el libro Darío Fo, grande entre los grandes, Nobel incluso, cuentista admirable, nos relata recuerdos de su infancia y su formación entre ferrocarriles, pueblos y personas admirables, su abuelo Bristín, y los fabulosos sopladores de vidrio.

Una imagen fantástica que conservo de este libro que leí hace tiempo es la de un ciruelo injertado con ramas de flores y frutos diversos. Releyendo el libro me he topado con el pasaje:

"Nos topamos en seguida con un árbol muy grande... era un ciruelo, pero lo increíble es que de cada rama colgaban ciruelas de distintas formas y colores: amarillas, rojas y moradas. Mi abuelo me explicó que era un "injerto múltiple". Era obra suya.
¡Jamás había visto semejante portento! Parecía el hechizo de un cuento." (p.52)

Obviamente en este libro desfilan muchos personajes curiosos y, sobre todo, excelentes narradores que fueron, sin saberlo ellos, sin saberlo él, formando al niño Darío Fo en el arte de contar historias. Os dejo aquí unas pocas citas, pero sin abusar porque tendría que colgar medio libro y no se trata de eso.

"[En Porto Valtravaglia] entre toda la caterva de estrambóticos parroquianos, los personajes que merecían mayor atención y respeto eran sin duda alguna los cuentacuentos y los fabuladores.
La de fabulador no era una profesión en sí, y de hecho los narradores salían de casi todas las categorías de oficios de la Valtravaglia. Pero sobre todo, y luego veremos por qué, la mayoría tenían su origen entre los sopladores de vidrio.
Los fabuladores eran la gloria y el orgullo de mi nuevo pueblo. Los encontrabas en las tabernas, en la plaza, delante de la iglesia, en el embarcadero, en los muelles del puerto. Solían contar sucesos ocurridos hace siglos y siglos... pero era pura picaresca, pues tomamban prestadas historias míticas para tratar la realidad cotidiana y los acontecimientos de la crónica más reciente, empleando los recursos de la sátira y lo grotesco." (p. 65)

"Pero volvamos a los fabuladores de la Valtravaglia, que con su lenguaje y sus historias marcaron de forma indeleble mis futuras elecciones y mi manera de juzgar hechos y personajes fantásticos y reales.
También fueron determinantes los lugares donde hacían las representaciones, escenarios insólitos que variaban según el oficio del fabulador.
Los pescadores escogían como espacio propio el pórtico de la dársena. Los niños éramos su público más apasionado. El Fidanza, patrón de barco, y sus ayudantes nos colocábamos todos en filas, en semicírculo, para sujetar y desliar las redes que había que remendar. No nos lo imponían, desde luego: era una invitación que siempre acogíamos de buena gana, incluso con entusiasmo. Ellos nos recompensaban contando fábulas." (p.68)

"El estilo de esos fabuladores se revelaba en la interpretación; era evidente, como ya he señalado, que ante todo se ocupaban de adaptar los diversos fragmentos a una realidad contingente. Así pude escuchar la misma historia, propuesta en tres o cuatro versiones distintas. La habilidad del que contaba consistía precisamente en adaptarla cada vez a todas las variantes de la crónica real, incluyendo los sucesos locales y los cotilleos de lavadero. Cada incidente o imprevisto exterior se introducía de inmediato en la representación: un estampido causado por los pescadores furtivos, un disparo de escopeta de caza, un sonido de campanas... no omitían nada.
Y sobre todo, los fabuladores jamás perdían de vista el humor, las emociones de quien los escuchaba. S alguien se reía de forma grosera, o reaccionaba a las chanzas irónicas tomándoselo a mal, entonces se convertía en el chivo expiatorio de la actuación; y el mismo trato recibía el espectador lento de reflejos que no pillaba a la primera el juego cómico. Todo servía para mover, animar, implicar a cada uno en la narración. En pocas palabras, lograban convertir en crónica lo fantástico y viceversa." (p. 69)

Las citas son en verdad muchas, muchas. Aquí detrás hay material para varios post (y artículos algo más serios), todo el libro es deslumbrante y nos enseña el proceso de formación del niño Darío Fo, un niño que se crió en un lugar así, en un sueño. ¿Cómo serán los niños y niñas de hoy en día que se alimentan de televisión y juegos virtuales cuando sean adultos?
Una última cita que no me resisto a dejar de lado es el momento en el que Darío Fo empieza a contar. Porque a contar se aprende contando.

"Casi sin darme cuenta iba adquiriendo cierto oficio y un pequeño público de oyentes devotos. Contar con gente que te escucha y participa cuando actúas es la primera y esencial condición. si quien se exhibe no disfruta de la efervescencia que aportan los espectadores, esa complicidad entre ellos que se establece cuando se extiende la risa, es inútil que se plantee ser comediante. la gente te sugiere los ritmos, los tiempos, las asonancias; te hace entender que tienes que cortar un gag, o que es inútil insistir en una situación." (p.81)

Un libro maravilloso, un viaje a la infancia de Darío Fo, un país de ensueño para los degustadores de cuentos y palabras dichas. Un libro imprescindible.
Otro libro de este autor que me gusta mucho y que creo que vincula el teatro con la narración oral desdibujando sus fronteras es Misterio Bufo, en Siruela. Maravilloso. A ver si puedo releerlo más adelante y comentarlo aquí.
Saludos

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