Hace poco leí el primer libro del maestro Delibes, La sombra del ciprés es alargada (1948), y cuál fue mi sorpresa al toparme en él con una narradora oral, la Bruna, en plena acción en un mercado de Ávila. No me resisto a transcribir aquí el párrafo en el que se habla de ella.
"Pero lo que más nos atraía a nosotros de aquel enjambre inquieto, aureolado de una polvareda espesa y maloliente, eran los narradores de crímenes. De entre todos, la Bruna disfrutaba de nuestras preferencias, ya que al interés avasallador de sus relatos unía el mérito de recitarlos cantando y acompañada por las notas agrias y desafinadas de la guitarra de su marido ciego. La Bruna era una mujer muy popular. Siempre tenía en torno de ella una multitud ávida y curiosa que coreaba con profundos lamentos el dramatismo aterrador de sus canciones. Se le atribuía a la Bruna una fecundidad asombrosa. Había quien afirmaba que la Bruna había llenado de hijos las cunetas de todas las carreteras de España. Nunca le preocupaba el momento. Traía el hijo por sus propios medios allí donde la sorprendía el trance. La criatura, con el cordón umbilical colgando, era adoptada siempre en el pueblo más próximo al lugar del parto. De esa sencilla manera la Bruna no había perdido aún su libertad, y su voz cascada podía seguir sonando por los ámbitos del mundo entero. A más de esto, la Bruna tenía buen cuidado de variar de repertorio, con el fin de que sus incondicionales continuasesn prestándole el calor de su ferviente apoyo. Jamás se presentó en público un viernes sin que una copla nueva figurase en su extenso repertorio. Tengo para mí que la voz de la Bruna tenía mucha influencia en el decrecimiento que se apreciaba aquel año en las compraventas de los mercados de los viernes. La gente se movía inquieta entre las bestias hasta que las notas de la Bruna comenzaban a congregar público a su alrededor.
Aquellos marinos, / que unas horas antes, / bravos y arrogantes, / cruzaban el mar...
La tragedia del Reina Regente cobraba en la expresión desgarradora de la Bruna unas proporciones inconmensurables. Brillaban los ojos del público y un estremecimiento recorría, uno tras otro, a toda la multitud allí apiñada. Mas la emoción de los oyentes se centuplicaba cuando el relato recaía sobre alguna criatura tierna y desgraciada. Sobre todo uno que hablaba del secuestro de un niño inocente por su madrastra. A Alfredo [el amigo del protagonista] era ésta, también, la copla que más le llenaba, tal vez por estimar su realidad vital muy semejante a la de aquel muchachito maltratado. (...)
La multitud hipaba, sollozaba, se encogía, se estremecía y la Bruna, inmutable, proseguía, proseguía su copla desoladora." (Obras completas I, edición a cargo de Ramón García Domínguez, en Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, pp. 51 y 52).
Todo un tratado sobre la profesión, ¿verdad?: la libertad del narrador, la propia voz, el repertorio, el acto narrativo como algo comunitario... impresionante.
Saludos
Oye que texto más intrigante y jugosón. Felicidades por tu blog nuevecito. Nos vemos gran compañero.
ResponderEliminarjuan alfonso légolas
Gracias amigo, a ver para cuándo un café, parece mentira siendo vecinos...
ResponderEliminarUn abrazo
Pep