No es la primera vez que voy a contar cuentos a un bar y no es el bar el que me ha programado. En esta ocasión la actividad formaba parte de la programación amplia de una Feria Regional del Libro. Es decir, en el programa de la Feria del Libro aparecía una sesión de cuentos para adultos en un bar del municipio.
En casi todos (y digo casi porque no recuerdo con certeza todos) los casos en los que he tenido que contar en una situación así ha habido algún problema por la sencilla razón de que el dueño del bar no siente como propia la sesión de cuentos, y esto se debe, sobre todo, a que no ha pringado nada de dinero.
En esta ocasión, aunque el dueño sabía desde hacía meses que habría cuentos (o poesía o alguna otra actividad) en esos días, en esas horas, y que la actividad la sufragaba otra institución, no tuvo ningún problema en programar A LA MISMA HORA un pequeño concierto con un cantautor local que con certeza le llenaría el bar.
Así pues me vi en medio de un dislate: en el programa de la Feria se indicaba que contaba a las 22,00; y en el bar de turno a la misma hora había prevista un concierto.
Dejando a un lado la solución a este embrollo, el quid de la cuestión está en por qué suceden estas cosas. Y yo lo veo claro: estas cosas suceden porque al dueño del bar le importa un pito la sesión de cuentos. Y al dueño del bar le importa un pito la sesión de cuentos porque no se ha implicado nada en el asunto, es decir, no ha puesto un euro.
Así que aquí va mi consejo: si programáis y pensáis que sería bueno que hubiera una sesión en un local que no es vuestro (no es tu biblioteca, no es tu teatro, no es tu carpa de tu feria...) implicad al dueño del local, porque si él colabora pagando una parte del espectáculo seguro que querrá recuperar la inversión que ha hecho y pondrá algo de esmero en ello. Y esta implicación no debe ser solo económica: explicadle también de qué va esto de los cuentos y cómo sería la mejor manera para que la actividad se desarrolle de forma lo más satisfactoria posible (no sirviendo copas al mismo tiempo, ni picando hielo, ni moliendo café...)
Y no se me confunda: hay bares donde da gusto contar (pienso en el Café La invierna, en Leganés; o en el Café de la Luna, en Logroño, por poner dos ejemplos), porque los dueños del bar apuestan por los cuentos y miman el espectáculo y saben lo que cuesta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario