De la memoria
No está de moda la memoria en las aulas, ya no se lleva. No parece que interese ya la retahíla de cabos y golfos, de ríos y cordilleras, ni tampoco la lista de los reyes Godos. Es más, no es que no se lleve, es que hemos dado un giro completo y como si de un péndulo se tratara nos hemos ido al otro extremo.
Hoy lo que se busca no es el recitado de los loros, sino la imaginación y la creatividad, el hallazgo espontáneo. Pero algo falla.
La memoria está denostada. Interesan más otro tipo de saberes y procesos, en la escuela y fuera de ella. De hecho la memoria está mal vista también fuera de las aulas. Se pide el olvido, pasar página, tapar con la tierra del tiempo los exangües recuerdos que todavía titilan en la noche del pasado.
La memoria va siendo olvidada.
Sin embargo algo falla.
Releía el otro día un interesante libro de Anthony Percival, Escritores ante el espejo (ed. Lumen); se trata de una colección de treinta y tantos textos de escritores y escritoras que reflexionan sobre su proceso creativo. Y prácticamente todos ellos coinciden en que la materia de su creación se nutre de la dialéctica entre la memoria y la invención (p. 346), porque para inventar hace falta tener un suelo sobre el que sostenerse y materia con la que armar el invento, y para eso está la memoria. Sin la memoria no hay nada sobre lo que edificar.
Los niños creativos de nuestras escuelas carecen, en muchos casos (en otros muchos afortunadamente no) de esa memoria: nadie les ha animado a cultivarla, a aprender poesías, retahílas, canciones; no han visto modelos cercanos que la ejerciten (madres, padres, abuelos, maestras...); no es una preocupación ni habitual ni puntual que la memoria del niño esté bien alimentada y cuidada. La pobre memoria se va desmemoriando, y así sucede que esos niños no son tanto creativos como impulsivos.
Este proceso se vive también en la sociedad: la memoria no tiene sentido, es mejor olvidar, que las olas del tiempo acaben por inundar los hechos y todo quede sumergido en el mar del olvido. Sin embargo cuesta tanto consensuar el olvido, sobre todo ese olvido que quiere ser ahogado, porque siempre hay algún recuerdo náufrago que se aferra y se aferra y se aferra a la vida.
Es interesante esta relación entre memoria y olvido. Hay un narrador maravilloso, Nicolás Buenaventura Vidal, colombiano afincado en París, que afirma que sólo cuando ha olvidado un cuento es cuando siente que puede contarlo. Pero ese proceso de olvido es justamente lo contrario a lo que se pretende con esta nuestra memoria histórica. Nicolás repite una y otra vez los textos que quiere olvidar, continuamente, hasta que las palabras pierden los límites y el sentido, y las ideas desdibujadas de su ropaje de palabras se ajustan a su boca. Puede contar Nicolás un cuento cuando ya no tiene que pensar en cómo contarlo, cuando ya ha olvidado la siguiente palabra que tiene que decir porque esa palabra habita ya en su lengua.
Ese olvido que nace de la memoria, que es pura memoria, es el único olvido que deberíamos consentir. Y mientras tanto, en las aulas, en la historia, en la vida, tratemos de rehabilitar la memoria. La memoria. Lo que hemos sido, somos y seremos: la memoria.
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