domingo, 28 de noviembre de 2010

Me aburro

El otro día iba a contar cuentos en una biblioteca y, casi antes de empezar, un niño dijo: me aburro. Me recordó a este artículo que escribí hace ya tiempo para el blog de ElDecano.es y que no me resisto a recuperar.
[lean la cita sobre el aburrimiento, de Juan Farias, en esta reseña que hice el otro día]


Permitan que me aburra

Escrito por: pepbruno - 24 Mayo 2009 (562 vistas)

Resulta cada vez más común encontrarse con niños que dicen esta frasecita de me aburro. Hay de hecho muchos niños que lo tienen como una muletilla, o como una frase de inicio de conversación, o de continuación de conversación, o de final de conversación. O como única frase de conversación. Me aburro, dicen, me aburro. Con un deje de exigencia: me aburro, haz algo para impedirlo.
Hay cada vez más niños que piensan que los adultos estamos ahí para hacer algo, lo que sea, para que no se aburran. Un niño dice
me aburro y tres adultos brincan a su alrededor para que eso no suceda. Me aburro: ¿quieres un helado, un juguete, otro juguete, un globo, quieres ir al cine, al teatro, quieres un juego nuevo de la play, quieres un perrito, quieres el disneychánel, quieres ir al circo, al zoo, al museo, qué quieres? Me aburro.
A mí me ha llegado a pasar que al ir a contar cuentos a un sitio y antes siquiera de decir buenas tardes he oído a un niño exigir:
me aburro. Un niño de hoy, es decir, uno de esos niños que tienen mil veces más cosas que ningún otro niño de ninguna otra generación... cuantas más cosas tienen, más parecen aburrirse.

Yo no termino de entender este asunto. Quizás es porque desde siempre he considerado que aburrirse es un priviliegio, un lujo. Sólo se aburre quien no tiene nada que hacer. ¡Y siempre hay tantas cosas que se pueden hacer! Incluso no hacer nada ya es hacer algo, algo útil, no vayan a pensar.
Aunque bien mirado, este
me aburro de nuestros niños no creo que tenga nada que ver con el verdadero aburrimiento. Quizás más bien quieran decir qué hastío, hazme caso, estoy aquí, hola soy tu hijo... quién sabe. Porque el buen aburrimiento, el de verdad, como dije antes, es un lujo. Una fiesta.
Oía el otro día por la radio que en algún lugar había un club del aburrimiento, es decir, un grupo de personas se reunía en un cuarto, sentados alrededor de una mesa, con una bombilla pelada colgando del techo, sin hablar (porque estaba prohibido charlar y entretenerse, obviamente), pasando un rato mirándose los caretos. Sin más. En verdad es un club que hace honor a su nombre.
Quizás no se trate exactamente de eso. Pero pensar que aburrirse es algo negativo me parece un error. Por ejemplo: aburrirse es parte imprescindible del trabajo creativo. Así me decía
Pablo Amargo, Premio Nacional de Ilustración, que él tenía que aburrirse mucho frente al papel en blanco hasta llegar a una buena propuesta.
Otro gran amigo del aburrimiento es
Winnie de Puh, no el ñoño, infantiloide y jibarizado Winnie de Disney, sino el Winnie originario, el que escribió Milne e ilustró Shepard (pueden encontrar una edición maravillosa en la editorial Valdemar). Este Winnie de Puh disfruta del aburrimiento para escribir versos, inventar canciones, pasear, soñar juegos, aventuras... Porque ¿no piensan que en realidad el aburrimiento es la antesala del juego?
Cuando era niño recuerdo que lo hermoso de las dilatadas tardes de verano era el lento transcurrir de la hora de la siesta, momento aburrido donde los hubiera, y en el que uno aprovechaba para pensar en todas las cosas que haría en cuanto pudiera salir a correr las calles y los campos, o para rumiar lo vivido en días pasados, o para soñar momentos felices.
Pero hoy parece que el miedo al aburrimiento se ha instaurado entre nosotros. Es como el miedo al silencio, o como el miedo a estar solo. Parece que el aburrimiento, el silencio, la soledad, son espacios en los que uno puede retratarse. Quizás sea ese el verdadero miedo: contemplarnos.

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