viernes, 31 de marzo de 2017

Mirar para escribir, contar para escribir

Al pequeño Christopher Robin Milne le regalaron un osito de peluche cuando cumplió un año, el osito fue bautizado como Edward y pasó a ser un inseparable amigo del niño y protagonista de muchos de los juegos de su infancia.


A Edward se le unirían otros peluches más y juntos conformaron el particular universo de juegos y aventuras imaginarias en el que Alan Alexander Milne, padre de Christopher Robin, se inspiró para escribir uno de los libros más maravillosos para la infancia que se han escrito en los últimos 150 años: Historias de Winny de Puh. Léanlo. Léanlo con sus hijos o sin ellos, en voz alta o en silencio, pero léanlo, les va a encantar.


La pequeña Alice Liddell estaba disfrutando de un paseo en barca por el Támesis junto con sus hermanas Edith y Lorina y, mientras su padre remaba, le pidió a Charles Dodgson (nombre que se escondía tras el seudónimo de Lewis Carroll) que le contara una historia. Era el 4 de julio de 1862, y así nació la primera versión (oral, por supuesto) de lo que más tarde sería el libro de Las aventuras de Alicia en el País de las Maravillas. [Más información sobre este pasaje]

Alice Liddell fotografiada por Lewis Carroll. Foto tomada de aquí

En 1941 Karin Nyman, la hija de Astrid Lindgren, tenía siete años y cayó enferma de neumonía. Estando en cama ella le pidió a su madre que le contara una historia de una niña que se llamaba Pippi Calzaslargas [o más exactamente, llamada en inglés: Pippilotta Provisionia Gaberdina Dandeliona Ephraimsdaughter (hija de Ephraim) Longstocking (Calzaslargas)] y así fue como, partiendo de un nombre algo loco fue naciendo una historia no menos loca y absolutamente maravillosa, las aventuras de Pippi Calzaslargas, una niña de unos nueve años completamente independiente de los adultos, y un libro maravilloso cuya lectura os recomiendo encarecidamente. [Más información sobre este pasaje].

Karin y Astrid. Foto tomada de aquí

J. M. Barrie paseaba a menudo con su perro Porthos por los Jardines de Kensington, en Londres, y allí conoció a dos de los chicos Davies (Llewlyn Davies eran sus apellidos) que estaban paseando con la niñera, pronto trabó amistad con toda la familia hasta tal punto que cuando los padres fallecieron él se hizo responsable de los niños. A menudo jugaba con ellos e inventaba teatrillos para representar también con ellos, así fue como nació una primera versión de una obra de teatro que luego pasaría a ser una novela y uno de los más grandes libros de la literatura infantil y juvenil Peter Pan. Libro cuya lectura (una vez más) os recomiendo encarecidamente. [Más información sobre este pasaje]

Los chicos Llewlyn Davies con Arthur, su padre. Foto tomada de aquí

Hay autores que han tenido bastante con  recordar y observar su propia infancia para desarrollar grandes libros y aventuras, quizás el ejemplo más notable se el del gran Roald Dahl, que nos contó muchos detalles de su infancia y juventud (que podemos reconocer en sus novelas de ficción) en Boy y Volando solo.

Roald Dahl con 14 años. Foto tomada de aquí

Aún así Roald Dahl contaba sus historias y cuentos a sus hijos antes de ponerlos por escrito, ellos eran, tal como dice Lucy Dahl, "sus ratones de laboratorio" para probar cómo funcionaban los cuentos, los personajes, las tramas... Así, una vez más, nos encontramos con una versión oral previa (hecha y rehecha, contada y recontada; y sobre todo elaborada con el público) antes de poner por escrito las historias. [Más información sobre este pasaje]

Foto tomada de aquí

Todas estas breves notas vienen a cuento para decir que en muchos de los libros que se publican hoy para niños y jóvenes echo de menos esto, exactamente esto, la mirada sobre los niños y niñas, el tiempo y la dedicación que precisa esa mirada, la observación atenta y el juego desprevenido con ellos. Un reflejo de ese tiempo dedicado a los niños y niñas previo a la escritura es que muchas de las versiones de los libros y cuentos más maravillosos que conozco fueron orales, historias que se compartieron con algunos niños, con algunas niñas, en un tiempo de confort, de ensoñación conjunta, en un paseo de la mano por tierras de ficción. Soy vehemente en estos asuntos, pero merece la pena fijarse e insistir en la importancia de lo oral incluso para al arquitectura de lo escrito, y especialmente cuando se escribe para la infancia. Y además ocurre que cuando elaboramos una historia de manera oral no lo hacemos solos, contamos con quien escucha para articular esa historia que se va tejiendo al tiempo que el narrador recibe un continuo feedback, es decir, creamos con el público, en este caso con la infancia –un asunto nada baladí para el tema de esta entrada en el blog.
Volviendo al motivo de este post: tengo la sensación de que en muchas ocasiones se escribe más sobre una idea de niños y niñas que sobre una realidad de niños y niñas, o lo que es lo mismo, que se escribe en muchos casos desde el desconocimiento de lo que la infancia es. Pero sólo es una percepción mía, eh. Y con la excusa pues he echado un ratito rememorando lecturas gozosas y buscando fotos en blanco y negro.
Saludos


PD: 24 horas después de la publicación de este post lo he ampliado con alguna nota y reflexión más y con las aportaciones de Mariaje (sobre Lucy Dahl y el GGB) muchas gracias.

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