domingo, 23 de octubre de 2011

El misterio de la isla de Tökland

Acabo de terminar de leer El misterio de la isla de Tökland, de Joan Manuel Gisbert, en una edición de Espasa Calpe & McGraw Hill en la colección Espasa Juvenil. Hace la friolera de 20 o 25 años que había leído esta novela y desde entonces hasta hoy todavía algunas de sus imágenes pervivían en mi memoria (algo parecido me pasa con Los espejos venecianos), así que cuando esta mañana de domingo buscando algo que leer di con él, me puse a (re)leerlo con curiosidad por ver qué tal habíamos envejecido (el libro y yo).


Una misteriosa isla, una extraña oferta millonaria y un laberinto subterráneo lleno de enigmas y pruebas conforman el andamiaje de una novela trepidante y fantástica; si a esta estructura inicial se le suman personajes misteriosos, curiosos periodistas, aventureros, matemáticos, científicos... y malos: parece que la cosa promete (¡y mucho!). Y si esta coctelera se deja agitar por el magisterio de Joan Manuel Gisbert, el éxito está garantizado.
El estilo de la narración es muy ágil y desde el primer momento el lector queda atrapado entre las páginas del libro. La estructura no lineal en algunos momentos (cuando se nos invita a leer un artículo en medio de la narración, por ejemplo) o de varios frentes al mismo tiempo (como sucede al final donde distintos personajes viven partes diversas de una misma historia y tenemos que armar el puzzle para completar el cuadro) son recursos narrativos que aportan intriga y mantienen una continua tensión en el lector. El autor maneja a la perfección la compleja estructura de la trama, todo desarrollado con el ritmo trepidante y adecuado a cada paso para que la tensión narrativa (y la curiosidad del lector) se mantenga firme (y creciente) entre la primera y la última página.
También el discurso narrativo está escrito de forma ágil, precisa y rápida, sin detenerse en cuestiones irrelevantes, y lleno de imágenes muy potentes. No hace falta que yo diga que Joan Manuel Gisbert es maestro en el oficio de escribir: miles de lectores lo corroboran a lo largo del tiempo.
Cuando uno se adentra en un libro así teme que toda la arquitectura pueda fallar por algún pilar mal sustentado (especialmente por la resolución de la novela), pero obviamente no es este el caso: el libro está bien cimentado y nos muestra una hermosa edificación cuyo final es estupendo, estupendo de verdad, un final que trasciende de la mera supervivencia de sus protagonistas: un mensaje directo al lector. En este sentido me ha gustado mucho el juego de luces y sombras, de espejos y grutas, acaso metáfora global del anhelo por el advenimiento de un mundo mejor en el que las bóvedas oscuras de la ceguera cedan ante el universo interior del ser humano y una nueva luz llene nuestros días.
En fin, no voy a deciros nada que no supierais ya: se trata de un libro maravilloso que soporta perfectamente relecturas, que tiene planos diversos de interpretación y que es más que una estupenda novela de aventuras fantásticas en el estilo del mejor Jules Verne.
Una lectura completamente recomendable.
Tökland, un lugar al que ir (y volver a ir).
Saludos

2 comentarios:

  1. Yo también leí este libro hace mucho (no tanto como tú, claro, la vejez) pero también conservo imágenes que vuelven una y otra vez. De hecho no había olvidado las imágenes (ni la novela) pero sí el título y el autor (gracias). Fíjate si tienen peso que muchas veces en relatos me he visto reproduciendo alguna de las imágenes de memoria, escribiéndolas como el recuerdo me las traía, pero sabiendo que venían de este libro.

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  2. La vejez, jajajajaja. Me alegra saber que los jóvenes también os quedáis pegados a este libro. Un abrazo

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