Ayer tuve la suerte de poder volver al Teatro Romano de Mérida para disfrutar de su Festival Clásico (su quincuagéisima octava edición). El espectáculo de ayer, además, fue muy especial para mí por varias razones, pero sobre todo porque ayer en Mérida hubo un aedo, un narrador, contando una historia extraordinaria (acaso la madre de todas las historias): La Odisea.
Uno de mis sueños como narrador es contar La Odisea (el otro, contar Tristan e Iseo. De ambos textos tengo bastantes notas y, quién sabe, tal vez en algún momento acabe por contar alguno de ellos). Como decía tengo mucho interés en este texto (que conozco bien) y, especialmente, en su versión contada.
Ayer era para mí, en suma, una noche especial porque iba al Teatro Romano a escuchar a un aedo contar una de mis historias favoritas. Y no cualquier aedo: Rafael Álvarez "El Brujo".
Me gustaría compartir con vosotros algunas reflexiones al hilo del espectáculo que vi y disfruté.
Cuando uno está contando, desde mi punto de vista, tiene que dar preeminencia a la historia que se cuenta. En ocasiones he deseado, de hecho, que al terminar de contar el público dijera "¿pues quién ese ese tipo que hay ahí?", ya que en ese caso la historia habría tenido tanta presencia que el narrador habría pasado desapercibido durante el espectáculo. Pero eso es un ideal, acaso imposible, pues somos también cuerpo en el escenario. Conozco a unos cuantos narradores que, en cuanto pisan las tablas, aumentan, se agigantan y toman el escenario, por encima a veces de la propia historia: ¡en muchas ocasiones alentados por el propio público! También los hay que tratan de moderar esa presencia buscando el equilibrio justo: la historia fluye y de vez en cuando ellos asoman pero en seguida vuelven a su lugar para que siga la historia tirando del público y viceversa (quizás este es el ideal que me gustaría alcanzar). Hay más tipos de narradores: los que pisan la historia, los que tropiezan con ella, los que usan la historia para hablar de sí mismos, los que te arrullan en palabras y discretos esperan en un rincón, los que se sienten portadores de una voz vieja y la alimentan... en fin, muchos tipos de narradores, acaso tantos tipos como narradores hay.
Pero es que además cuando se cuenta una historia escrita hace dos mil quinientos años el narrador debe ayudar a saltar esa brecha de tiempo (y de coordenadas culturales) para que la historia (su variante actual) brille en todo su esplendor. Es como cuando uno lee una buena edición crítica de El Quijote y se apoya en las notas al pie para ir acompañando al lector y explicando datos y cuestiones relevantes para comprender la historia. Si hay sobreabundancia de notas y son demasiado técnicas a veces resulta una compañía pesada, si son pocas y no ayudan entonces la edición falla.
A todas estas cuestiones hay que sumar otras cuando se trata de contar La Odisea, un libro bastante conocido (que no leído, creo) con historias muy populares (¿quién no ha oído hablar del capítulo de las sirenas, por ejemplo?, caray, ¡¡si sale hasta en Ice Age 4!!), cuestiones como la actualización (contextualización) de los mensajes recogidos en el libro, o la extensión del texto (la obra duró dos horas y veinte minutos), o la fidelización a la hora de transmitir la historia tal como se (supone que se) contaba hace dos mil quinientos años, etc.
Además de un riesgo grande que se corre al contar historias como esta: uno puede tender a explicar más que a contar. Personalmente opino que las explicaciones son necesarias para contextualizar, pero no más allá: explicar lo que quiere decir Homero con esta obra es dar el trabajo hecho al público, en ese sentido yo prefiero que el público salga de una sesión con dudas, cuestiones, preguntas por responder, antes que con respuestas.
Desde mi punto de vista, ayer, disfrutamos mucho de El Brujo y menos de lo que esperábamos de La Odisea. Trataré de explicarlo en esta breve crítica.
La historia comenzó de manera magistral: el narrador entre el público cantando al ritmo de la percusión (estupendos los percusionistas toda la noche) e invitando al público a cantar con él (el final de su retahíla, la réplica). Y el público, desde el primer minuto, las ¿dos mil? personas, entrando y cantando y aplaudiendo y aceptando la invitación del narrador para jugar con él, para ser parte implicada en lo que allí iba a suceder. Y yo con los pelos de punta ya.
El narrador llega al escenario y comienza a contar La Odisea (el canto I, el prólogo), y es en este mismo instante cuando empiezan las digresiones y humoradas al hilo de la narración: la reunión de los dioses le da pie para hablar de los políticos de hoy en día. Y el público entra al trapo y aplaude las reflexiones y comentarios y bromas (se reúnen los dioses y antes de empezar a hablar ya han sido citados Punset, Rajoy y Fernando Fernán Gómez, para que os hagáis una idea, ya ha habido aplausos, risas y la entrega es total).
Cuando comienza la historia de Ulises liberado al fin de Calipso las digresiones y apariciones del narrador son cada vez mayores (alentadas por gran parte de los asistentes). Uno no sabe si es que El Brujo se encontraba cómodo y feliz con el respetable (era además la última representación en Mérida) y se iba emborrachando de público (no sé muy bien cómo explicar esta expresión: emborracharse de público es alejarse del relato y darle al público alimento fuera de la historia central, responder al feedback dejarse arrastrar por sus risas, por su emoción) o es que era así como tenía preparado el espectáculo.
Después de más de dos horas de narración los episodios que habíamos "visto" de La Odisea fueron los siguientes: reunión de los dioses donde Atenea implora a Zeus, liberación de Ulises de Calipso, viaje de Ulises hasta la tierra de los Feocios, Poseidón dificultando la llegada a tierra, Ulises en la corte de los Feocios narra su historia (en este punto sólo la del Cíclope), Ulises llega Ítaca, es reconocido por su perro, ve a su hijo Telémaco, ve a su padre Laertes, mata a los pretendientes y Penélope lo reconoce. Ah, y aparición final de los dioses diciendo que no más lucha. En resumen, una idea bastante clara del texto, pero muy desbrozado, dejando en el camino partes importantes: nada de las Sirenas, nada de Escila y Caribdis, nada de Circe, nada de la bajada al Hades, ni Lotófagos... entre otras cosas. Y de los seis cantos de la telemaquiada apenas una cita.
Y esto podría valer si hubiéramos dicho que el tiempo apremiaba, pero no era así, porque había mucho tiempo, mucho, para hablar de otras cosas (como los monjes de Silos, o hacer guiños constantes, críticas a la situación actual, humoradas... -algunas al hilo y otras alejadas del hilo).
De todas maneras esto es lícito: el narrador tiene la voz y decide qué contar y cómo hacerlo. Ayer las críticas a la subida del IVA para el teatro (y no para el fútbol) fueron constantes, divertidas y contumaces, y esto, como digo, es lícito (sobre todo si el público lo acepta, lo alienta y lo premia). Y no solo lícito, es que es así como seguramente esta obra era contada, con continuas digresiones por parte del aedo pidiendo más vino o mejor paga o criticando a los enemigos del pagador...
Rafael Álvarez estuvo soberbio, manejando recursos corporales (grandísimo actor, grandísimo narrador), ocupando el escenario (enorme, enorme), hablando/cantando al ritmo del aedo, contando, danzando, divirtiendo y divirtiéndose, manejando el texto (entrando y saliendo) con un magisterio asombroso.
Personalmente disfruté mucho de sus digresiones, pero sobre todo disfruté mucho (mucho, mucho) cuando nos contó La Odisea: las descripciones al más puro estilo clásico, la narración rítmica, contar y comentar lo contado (como cuando habla de Ulises nadando con los brazos abiertos, genial), los bocadillos que tendían puentes entre texto y público, el manejo de los espacios en el escenario... Y el momento final de la matanza de los pretendientes ¡extraordinario!, cargado de tensión y emoción.
Además los comentarios de acercamiento del texto, las explicaciones para seguir y comprender la trama, la contextualización a nuestros días (un canto a la resistencia)... todo ello fue maravilloso y dejaba vislumbrar el fondo que había tras las palabras del narrador (el trabajo previo de investigación, conocimiento, memoria) era enorme. Por eso tengo una sensación agridulce de no haber podido disfrutar más ayer de La Odisea.
Y un par de citas que dejó caer y que me dio tiempo a anotar en mi libreta:
"Un relato sana las heridas del alma del que lo cuenta y del que lo escucha"
"Ulises resiste porque cuenta, porque se cuenta. Eso es la cultura: contar, contarse. Eso es la cultura: resistir."
En suma, una noche maravillosa, disfrutando mucho de Rafael Álvarez "El Brujo", y disfrutando también de La Odisea. Y no fui yo solo: la representación acabó con todo el público en pie dando un larguísimo aplauso. Totalmente recomendable.
Saludos
Yo asistí ayer a la representación de "La Odisea" interpretada por El Brujo en Barcelona y acabo de leer tu comentario crítico sobre la misma en Mérida. Estoy contigo. A mí me fastina la interpretación del El Brujo, al que he seguido en distintos espectáculos. Cómo entra y sale del relato, sus disquisiciones y reflexiones sobre el texto traido a la actualidad; el vínculo que establece con el público buscando su complicidad, la interpretación del texto adaptado, el relato en sí mismo; la expresión corporal y la modulación de la voz en los distintos momentos, Todo ello envuelto en una atmósfera musical increíble. Disfruté del espectáculo, tanto de la interpretación como de la adaptación del texto en el que se vislumbra el trabajo de investigación y conocimiento del relato homérico.
ResponderEliminarTambién en el Teatro Condal de Barcelona con el aforo completo terminó con larguísimo aplauso y el público en pie ovacionando a El Brujo y su espectáculo. Muy recomendable