Boccaccio fue un hombre culto de familia adinerada en la rica (y turbulenta) Florencia del siglo XIV. Pasó catorce catorce años en Nápoles, donde su familia esperaba que completara sus estudios en derecho canónigo y en gestiones comerciales, sin embargo él aprovechó la variada y rica vida cultural de la ciudad napolitana, los excelentes contactos y las magníficas bibliotecas para ir cultivando su formación artística y literaria y, claro, para comenzar a escribir.
Tras unos años escribiendo obras más cercanas a las pautas y modas del momento, Boccaccio publicó, en 1351, su Decamerón, una obra que se acerca a la calle y que, tal como tan bien cuenta María Hernández Esteban en el estudio preliminar a su edición crítica, nos muestra “los rasgos más destacados de su personalidad: su gran vitalidad, su caácter fuertemente polémico y emotivo, su sensibilidad, su gusto por lo ecléctio, su ironía, su tendencia desmitificadora y, sobre todo, su gran humanidad.”
El Decamerón es uno de esos libros que siempre tengo cerca para volver a consultar, leer y, sobre todo, dejarme perder en alguno de sus cien cuentos.
Si te apetece leerlo con nosotros y nosotras en el Club de Lectura, ya sabes, será un placer.
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