En estos días he terminado de leer Libertad, una novelota escrita por Jonathan Franzen, traducida del inglés por Isabel Ferrer y publicada por Salamandra (yo lo tengo en edición de bolsillo). Es una de las lecturas apasionantes de este verano que me recomendó Paula Carballeira (amigas como esta valen un potosí).
Desde las primeras páginas tienes la sensación de que te estás adentrando en una de esas novelas que no vas a poder olvidar fácilmente. Un libro que nos cuenta la historia de una familia (Patty y Walter, y sus hijos Joey y Jessica), de sus vecinos (Carol, Connie...), de sus amigos (Richard, Jenna, Jonathan), de sus compañeros de trabajo (Lalitha)... a lo largo de varias décadas. Las vidas de todos estos personajes se van articulando a lo largo de las páginas y los días, trenzando un tapiz que da una nítida imagen de un momento y un contexto histórico reciente. De alguna manera es una invitación a ver(nos) y comprender(nos) estos días que habitamos.
Además de que la trama (de todas las tramas) me ha tenido completamente pegado al libro (ha sido una de esas lecturas gozosas, enganchosas, que me ha hecho disfrutar cada página); además de que me han interesado sus personajes (y sus puntos de vista, sus acciones, sus empeños, sus errores...); además de que el contexto en el que todo transcurre me resulta cercano y, al mismo tiempo, novedoso; además de que al finalizar la lectura he pasado dos días saboreando momentos e imágenes de lo leído/vivido. Digo que además de todo esto, hay una cosa que ha estado todo el tiempo merodeándome: el título.
El título da un nuevo sentido a todo lo que hemos leído. Sí, esta es la historia de una familia que tiene sus encuentros y desencuentros, sus luchas personales y sociales, sus momentos tristes y felices, pero también es la historia de cómo esta familia ejerce su libertad de decidir en cada momento de su vida. Y el ejercicio de esa libertad tiene implicaciones para los otros y para el contexto. Es fascinante cómo el título enriquece, de esta manera, la interpretación del libro.
Personajes como Joey que tienen la felicidad delante de sus narices desde prácticamente las primeras páginas del libro, atraviesa un páramo de desdichas e insatisfacciones (en el ejercicio de su libertad) hasta que vuelve al punto de partida donde Connie tiene claro (y de qué manera) lo que ambos precisan. O el fascinante Richard Katz y su pelea con los días y el mundo defendiendo con uñas y dientes su espacio. O Patty que pasa muchas páginas (y años) en casa aparentemente renunciando a su propia libertad. O el propio Walter que, luchando por la reinita cerúlea (un pequeño pájaro, por cierto, el pájaro, gran símbolo de libertad), acaba codo con codo con las grandes empresas de extracción de carbón a cielo abierto (pocas cosas más contaminantes y dañinas para estos pájaros) para conseguir espacios en libertad para ese pájaro.
La libertad presente en todo el libro como motor de la acción de sus personajes. El sueño usamericano: la libertad, que queda paradójicamente simbolizado en el campo de protección de aves junto al Lago Sin Nombre: un espacio libre al fin para los pájaros pero rodeado, todo él, por una valla.
Sí, el libro me ha gustado mucho: me ha enganchado, he disfrutado su lectura, me he creído sus historias y sus personajes, he viajado con ellos a lo largo de las páginas. He disfrutado de lo lindo.
Ideal para unos días en los que quieras zambullirte hasta el fondo en una buena historia (ojo, 667 páginas). Una lectura muy recomendable.
Saludos
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